viernes, 22 de mayo de 2015

LA SOBERANÍA DE DIOS

Pero empiécese con Dios, sígase después hacia abajo, y la luz, luz en abundancia, iluminará el problema. Debido a
que Dios es Santo, su ira se enciende contra el pecado. Debido a que Dios es justo, sus juicios descienden contra los
que contra El se rebelan; Debido a que Dios es fiel, se cumplen las solemnes amenazas de su Palabra; Debido a que
Dios es Omnipotente, ninguno puede resistirse a El con éxito, y menos aun destruir su Propósito; Debido a que Dios es
Omnisciente, no hay problema que escape a su conocimiento ni dificultad que confunda su sabiduría. Es precisamente
porque Dios es quien es y lo que es, que ahora contemplamos lo que está ocurriendo en la tierra: el principio del
derramamiento de sus juicios. Conociendo su inflexible justicia e inmaculada santidad, no podíamos esperar otra cosa
que lo que hoy se ofrece a nuestros ojos.
Sin embargo conviene decir muy enfáticamente que el corazón solo puede hallar consuelo y gozo en la bendita
verdad de la soberanía absoluta de Dios en tanto que se ejercite la fe. La fe se ocupa continuamente de Dios, Ese es su
carácter; eso es lo que la diferencia de la teología intelectual. La fe se sostiene “como quien ve al invisible”
(Heb.11:27); soporta los desengaños, las dificultades, y todos los pesares de la vida, reconociendo que todo viene de la
mano de Aquel que es infinitamente sabio para errar e infinitamente amante para ser cruel. Si atribuimos lo que ocurre
a cualquier otra causa que no sea Dios mismo, no habrá reposo para el corazón ni paz para el espíritu. Mas si recibimos
todo cuanto afecta a nuestras vidas como de su mano, entonces, sean cuales fueren las circunstancias o lo que nos
rodea, tanto si estamos en una choza como encerrados en una prisión o en la hoguera del martirio, nos será dado poder
para decir: “Los linderos me han tocado en lugar placentero;” (Sal.16:6). He aquí el lenguaje de la fe, y no el de la vista
ni de los sentidos.
Sin embargo, si en vez de someternos al testimonio de la Sagrada Escritura, si en vez de andar por fe, andamos en
pos de la evidencia de nuestros ojos, y razonamos sobre esta base, caeremos en el lodazal de un ateísmo silencioso,
Asimismo, nuestra paz se acabará si somos guiados por las opiniones y los puntos de vista de otros. Aún admitiendo
que hay muchas cosas en este mundo de pecado y sufrimiento que nos desaniman y entristecen; aun admitiendo que
muchos aspectos de la providencia de Dios nos sobrecogen y aturden, no es razón suficiente para que nos unamos al
incrédulo y al hombre del mundo que dice: “Si yo fuera Dios, no permitiría esto ni toleraría aquello". Es mucho mejor,
en presencia del misterio que nos deja perplejos, decir con el salmista: “Enmudecí; no abrí mi boca, porque tu eres
quien lo hizo” (Sal.39:9). La Escritura nos dice que los juicios de Dios son “incomprensibles”, y sus caminos
“inescrutables” (Rom.11:33). Así debe ser si la fe ha de ser probada, si la confianza en Su sabiduría y justicia ha de ser
fortalecida, y la sumisión a Su santa voluntad ha de ser sostenida.
Esta es la diferencia fundamental entre el hombre de fe y el incrédulo. Este es “del mundo”, todo lo mide por la
vara de lo mundano, considera la vida desde el punto de vista del tiempo y los sentidos, y todo, lo pesa en la balanza de
su propio entendimiento carnal. Mas el hombre de fe tiene la mente de Dios, todo lo mira desde Su punto de vista,
valora las cosas según la medida espiritual, y considera la vida a la luz de la eternidad. De esta forma, acepta todo como
proviniendo de la mano de Dios, su corazón vive tranquilo en medio de la tormenta, y se goza en la esperanza de la
gloria del Altísimo.
Sabemos perfectamente que lo que acabamos de escribir está en abierta oposición a la mayor parte de lo que
normalmente se enseña hoy en día tanto en la literatura religiosa como en los púlpitos representativos. Admitimos
gustosamente que el postulado de la Soberanía de Dios, con toda su consecuencia, contradice en forma directa las
opiniones y pensamientos del hombre natural. En verdad, la mente carnal es completamente incapaz de pensar en estas
cosas; no está capacitada para evaluar debidamente el carácter y los caminos de Dios, y es por esto que Dios nos ha
dado una revelación con toda claridad: “mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos, son mis
caminos, dice Jehová. Como son mas altos los cielos que la tierra, así mis caminos son mas altos que vuestros caminos,
y mis pensamientos mas altos que vuestros pensamientos” (Isa.55:8,9). A la luz de este texto, solo cabe esperar que
gran parte del contenido de la Biblia choque con el sentir de la mente carnal, que es enemistad contra Dios. Por
consiguiente, no apelamos a las creencias hoy día populares, ni a los credos de las Iglesias, sino a la Ley y al
Testimonio de Jehová: Todo lo que pedimos es un examen imparcial y atento de lo que hemos escrito, y que esto se
haga en oración, a la luz de la Lámpara de la Verdad. Que el lector esté atento a la exhortación Divina: “Examinadlo
todo, retened lo bueno” (1Tes.5:21).

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